No se concibe la vida de un alcohólico que siga atormentándose por el
daño que pudo haber llegado a causar en primer lugar a aquellos seres que
más quiere; si realizó algún tipo de daños no tanto físicos sino espirituales
durante su actividad alcohólica, es que no estaba consciente de ellos, no
fue culpable, pero cuando ha empezado un proceso de recuperación tiene
que darse cuenta de su incorporación a ese sitio que perdió.
Debemos estar conscientes de que el alcoholismo es una enfermedad
compleja, que el beber de una manera anormal es un síntoma de mal ajuste
personal en la vida; el alcohólico es extremadamente sensible, emocionalmente
inmaduro, es exagerado en sus exigencias con los demás y para
con él mismo, y ha fracasado en el ideal de la perfección. Al no cumplirse
esos sueños, se escapa de la realidad para refugiarse en una botella de alcohol,
y ni siquiera los más grandes desastres ni el temor a la muerte o a la
locura le hace detener esa obsesión mental y compulsión física por beber, y
cometer esos daños a esos seres que dice él más querer.
Es a través de este Tercer Concepto como se puede llegar a sensibilizar
este problema, y esto lo podemos encontrar en el desglose de los Pasos
Octavo y Noveno. El alcohólico debe estar plenamente convencido de que
habrá cosas que no se van a poder reparar jamás, pero a través de un
cambio de juicios y de actitudes es probable que lo logre. Se debe ser persistente
en este Concepto, se debe buscar y tratar de imponer un cambio
en el estilo de vida, si se quiere salvar la vida y la de aquellos que se llegó
a lesionar con el alcohol.
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