viernes, 1 de agosto de 2014

tendría que dar si quería sobrevivir.GRUPO PV.SAN SEBASTIAN

Aunque me llevó mucho tiempo reconocerlo, la evidencia era bastante obvia. Bebía diariamente, y sabía que tenía un problema grande. Una noche, después de mis primeros peregrinajes por las reuniones de A.A., al salir a cenar con mi marido, me fui tambaleando hasta el coche, y le dije, “Tengo que ir a un centro de tratamiento.” Se dispuso todo para que así lo hiciera. No recuerdo mucho lo que pasó. Sólo sabía que tenía que ir.
Un problema que tenía, y con el que no quise enfrentarme, era que estaba avergonzada por ser la más vieja. Había jóvenes de 14 y 15 años de edad, y muchas mujeres en sus treinta y cuarenta. Otra cosa me chocó: me dijeron que mi hija había respondido a una llamada del centro y les había dicho que su padre necesitaba alguien con quien hablar. Esa fue la primera vez en que me percaté de que él estaba sufriendo. Me lastimó mucho, y resolví hacer un esfuerzo para lograr la sobriedad.
Dada de alta del centro, volví a asistir a las reuniones de A.A. y encontré que nadie me estaba prestando atención. Me mantuve sobria durante un año, pero tenía todavía la sensación de no pertenecer. Me decía que todos me estaban mirando a mí, una viejecita tan amable. Me sentía muy desgraciada; ellos no sabían nada de mí, porque yo no estaba dispuesta a decirles nada. Yo era una sabelotodo que iba alejándose poco a poco.
No pasó mucho tiempo antes de que tomara un trago. Me sentí mal, pero enseguida llamé a dos A.A. que vinieron a mi casa y me llevaron a una reunión. Luego fui sola a una reunión. Ahora tengo un grupo base, donde puedo recordar mi último trago.
Cuando llegué a la Comunidad para quedarme por fin, me sentí fuera de lugar con mi pelo canoso. Yo era mayor que casi todos los demás y aquellos que se acercaban a mi edad, habían sido miembros de la Comunidad desde hacía muchos años. Así que me sentía como una muchacha de diez años en un jardín de infancia.
Me llevó tiempo entender que
tendría que dar si quería sobrevivir en el programa. Tenemos un grupo de A.A. sólido, en donde nos apoyamos, unos a otros, y donde puedo pasar tiempo con amigas en sus cincuenta; aunque tengo 72 cumplidos, me encuentro al mismo nivel. Empecé a sentirme como una verdadera participante cuando comencé a servir como secretaria de mi grupo

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